jueves, junio 1, 2023

La caída de Kabul pone un abrupto fin a la era estadounidense en Afganistán

Combatientes talibanes inundaron la capital afgana el domingo en escenas de pánico y caos que supusieron un veloz e impactante fin al gobierno afgano y a dos décadas de Estados Unidos en el país.

El presidente de Afganistán Ashraf Ghani abandonó el país y un consejo de funcionarios afganos, entre ellos el expresidente Hamid Karzai, indicaron que empezarían a negociar con los talibanes para formular la toma de control de la insurgencia. Hacia el final del día, lo único que quedaba por hacer era formalizar el control de los combatientes en todo el país.

La velocidad y la violencia de la victoria de los talibanes por todo el campo y las ciudades en la semana previa encontró desprevenidos al ejército estadounidense y al gobierno. Con vuelos de helicópteros militares estadounidenses organizados apresuradamente se evacuó el extenso complejo de la embajada de Estados Unidos en Kabul, transportando a diplomáticos estadounidenses y trabajadores de la embajada al aeropuerto militar de Kabul. En el aeropuerto civil de al costado, los afganos lloraban mientras suplicaban a los trabajadores de las aerolíneas que enviaran a sus familias a los vuelos comerciales salientes, incluso cuando la mayoría de ellos permanecía en la pista para dar prioridad a los aviones militares.

El esfuerzo frenético de evacuación se desarrolló entre ráfagas ocasionales de tiroteos; el golpeteo de los helicópteros Chinook y Black Hawk estadounidenses en el aire ahogaba el tamborileo del tráfico. Abajo, las calles de Kabul estaban atoradas de vehículos en tanto el pánico había gatillado una carrera para abandonar la ciudad.

Dos décadas después de la invasión de Afganistán por parte de tropas estadounidenses en busca de terroristas de Al-Qaeda que atacaron el 11 de septiembre de 2001, el experimento estadounidense de consolidación nacional quedaba en ruinas, socavado por políticas equivocadas y a menudo contradictorias y por una insurgencia implacable cuyo poder de permanencia había sido profundamente subestimado por los planificadores militares estadounidenses.

Más de 2400 tropas estadounidenses dieron la vida y miles más fueron heridos en un esfuerzo por construir un gobierno afgano democrático. Decenas de miles de civiles murieron en la lucha y miles más quedaron desplazados de sus hogares. Solo en los últimos días mientras los talibanes avanzaban por el interior del país con vertiginosa rapidez, miles abandonaron Kabul.

El número de víctimas de la guerra recayó considerablemente en las fuerzas armadas afganas en los últimos años. Pero ninguna cantidad de entrenamiento y material estadounidense, a un costo de 83.000 millones de dólares, fue suficiente para crear una fuerza de seguridad dispuesta a luchar y morir por una nación sitiada que las fuerzas estadounidenses estaban dejando atrás. Las declaraciones públicas de, primero, el presidente Donald J. Trump y luego el presidente Joe Biden pidiendo una retirada rápida y total de las tropas hicieron que la moral cayera en picada por todo Afganistán.

En Washington, la velocidad del derrumbe tomó por sorpresa a la gestión de Biden, según funcionarios, y dejó la comprensión de que Biden pasará a la historia como el mandatario que presidió el último acto humillante en un largo y atribulado capítulo estadounidense en Afganistán.

Ahora los afganos súbitamente enfrentan la posibilidad del absoluto dominio talibán. En zonas que los insurgentes han conquistado recientemente no hay señales de que se hayan apartado del estricto código islamista y del gobierno por intimidación que caracterizó su mandato en los años noventa.

En el centro de Kabul la gente empezó a cubrir las publicidades y afiches de mujeres en salones de belleza temerosos de las tradicionales prohibiciones talibanes de mostrar imágenes de humanos y de que las mujeres aparezcan sin velo en público.

En el interior del palacio presidencial desalojado, Al Jazeera emitió lo que la cadena describió como un informe noticioso a cargo de comandantes talibanes flanqueados por guerreros con armas de asalto. La cadena citó a los combatientes diciendo que trabajaban para asegurar Kabul de modo que los líderes del grupo que se encontraban en Catar y fuera de la capital pudieran volver sin peligro.

A las 6:30 p.m., los talibanes emitieron un comunicado diciendo que sus fuerzas se estaban trasladando a las jurisdicciones policiales para mantener la seguridad en zonas que habían sido abandonadas por las fuerzas de seguridad del gobierno. Zabiullah Mujahid, portavoz de los talibanes, publicó la declaración en su cuenta de Twitter.

“El Emirato Islámico ordenó a sus fuerzas ingresar a las zonas de la ciudad de Kabul en las que el enemigo se ha marchado, puesto que existe riesgo de robo y atraco”, decía la declaración, que empleaba el nombre que usan los talibanes para su gobierno. Los integrantes talibanes, agregaba, tenían la orden de no herir a los civiles ni de ingresar a las viviendas. “Nuestras fuerzas ingresan a la ciudad de Kabul con toda precaución”.

Al caer la oscuridad sobre Kabul, la embajada de Estados Unidos advirtió a los ciudadanos estadounidenses que permanecían en Kabul que se refugiaran en donde se encontraban en lugar de intentar llegar al aeropuerto. Los testigos en la terminal de vuelos civiles domésticos relataron que ocasionalmente escuchaban disparos cerca. Miles de personas se agolparon en la terminal y abarrotaron los estacionamientos buscando desesperadamente vuelos salientes.

Dentro de la Zona Verde amurallada en el centro de Kabul, vehículos blindados con diplomáticos, trabajadores de ayuda humanitaria y contratistas de seguridad privada se apresuraron al recinto fortificado cercano a la embajada para que los transportaran por vía aérea al Aeropuerto Internacional Hamid Karzai. Otros fueron en bandada al Hotel Serena, un hotel con mucha seguridad y popular entre los extranjeros.

Cuando las tropas estadounidenses y de la OTAN comenzaron a retirarse en mayo, las fuerzas de seguridad afganas colapsaron rápidamente, a menudo se rendían sin disparar un solo tiro. Muchos aceptaron el ofrecimiento de los talibanes de pasaje seguro y dinero en efectivo, que con frecuencia eran transmitidos por los ancianos de la aldea, y abandonaron las armas y el equipo confiscados por los talibanes.

Para el domingo, la embajada estadounidense, epicentro de los esfuerzos de consolidación nacional de Estados Unidos, había cerrado luego de que los documentos delicados fueron destruidos o quemados, dijeron los funcionarios. La bandera estadounidense fue arriada y transferida a la zona de espera del aeropuerto militar.

En la antigua zona de aterrizaje de la misión Apoyo Decidido de la OTAN cerca del complejo de la Embajada de Estados Unidos, el sonido ensordecedor de helicóptero tras helicóptero que sacaba a la gente de la Zona Verde resonaba en el pequeño aeródromo.

La pista de aterrizaje era una constelación tachonada de uniformes de diferentes países. Contratistas, diplomáticos y civiles estaban intentando tomar vuelos. La Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán trasladó sus oficinas al aeropuerto.

Al aterrizar uno tras otro los helicópteros, personal militar repartía cajitas de cartón del tamaño de cerilleros que contenían tapones para los oídos y acarreaba a las personas hacia los vehículos. Quienes eran elegibles para volar recibían brazaletes especiales que denotaban su estatus de civiles.

Pero para millones de afganos, entre ellos decenas de miles que apoyaron los esfuerzos de Estados Unidos en el país, no hubo brazaletes. Quedaron abandonados en la ciudad.

 

 

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