Después de la caída de Muammar Gadaffi, Libia colapsó, los grupos rebeldes que se habían levantado contra el régimen se negaron a desarmarse y a disolverse y aumentaron las rivalidades regionales. Las elecciones, que recién lograron celebrarse en 2018, no trajeron la paz y se establecieron dos gobiernos rivales uno en el Este y otro en el Oeste del país.
El gobierno de Trípoli, dominado por Fayez al Serraj, recibió el respaldo de la ONU y la Comunidad Internacional pero no controla todo el territorio. En el Este el ejecutivo no reconocido de Tobruk, a cargo de Jalifa Hafter. Solo las miles de milicias armadas de Libia tienen una influencia real en el destino del país y su poder se divide entre los dos centros de poder político. La mayoría de las naciones y organizaciones occidentales respaldan el gobierno de unidad. Pero Hafter ha contado por años con el apoyo de Egipto y Emiratos Árabes Unidos y tiene relaciones con Rusia.