Los viejos enemigos de la guerra fría se dieron cita en Ginebra, y cuando la Cumbre terminó las tensiones seguían ahí, pero al menos sirvió para normalizar relaciones en el plano diplomático. Si las cumbres del siglo XX entre los líderes de la URRS y EE. UU habían estado dominadas por el tema nuclear, en el siglo XXI la agenda está copada por los ciberataques, las acusaciones cruzadas en relación a los derechos humanos, principalmente la detención del opositor ruso, Alexei Navalni, y la interferencia en las elecciones de Estados Unidos.
Estados Unidos evitó tener acuerdos concretos en la cumbre, más allá de sentar las bases de una “predictibilidad y racionalidad” en la relación con Rusia, y se ha ocupado de rebajar las expectativas. Putin cosecha esta reunión como un éxito, una oportunidad para mejorar su imagen positiva en el plano doméstico, ya que las consecuencias de la pandemia y la crisis económica caló en el ánimo de los rusos que en septiembre van a las urnas para definir unas elecciones parlamentarias en las y Rusia Unida el partido que apoya el presidente no viene muy bien en las encuestas. La cumbre de Ginebra implica el reconocimiento de Rusia como una potencia global.
Putin y Biden en Ginebra: la cumbre de las esperanzas rusas