El representante del ala ultraconservadora Ebrahím Raisí fue elegido presidente de la República Islámica de Irán en unas elecciones marcadas por la apatía en las que sólo se acercó a votar el 48% del electorado. La baja participación está relacionada con la nula competitividad en estas elecciones, donde fueron eliminados de la contienda los candidatos representantes del ala reformista ó moderados con posibilidad de ganar. Pero esto no se trata de un fraude cantando ni mucho menos, es el sistema político-electoral iraní con sus estrictas reglas, – las cuales no lo privan de intensas disputas entre las diferentes líneas de un mismo sector político-, el que permite que haya un “filtro” y es el Consejo de Guardianes el que decide quienes pueden participar y quién no.
La decisión de dejar afuera a Alí Larijani, una figura moderada expresidente del parlamento iraní, equilibró la balanza a favor de los conservadores que venían recuperando espacio desde las elecciones parlamentarias de 2019 donde vencieron, en parte, por la baja participación.
Ebrahim Raisi es un clérigo (no es Ayatollah, está un rango más abajo) que sintetiza los intereses de los grupos de la línea dura. Todos coinciden en que será el gobierno de “Mashad”, la ciudad que es centro del conservadurismo radical, de donde vienen Raisi y el Líder Supremo, Alí Khamenei.
Irán vota en unas elecciones presidenciales dominadas por los conservadores y bajo la sombra de la covid